Todos los seres humanos, sin excepción alguna, tenemos heridas emocionales de infancia. No es necesario haber vivido historias catastróficas, dolor intenso ni tragedias de película para que éstas se hayan gestado. Me ha tocado escuchar en múltiples ocasiones la falsa creencia que es imposible tener heridas de infancia si no se ha experimentado violencia física, abusos y abandonos descorazonados.
Déjame decirte que no es así. No necesitas haber vivido dramas de gran calibre en tu niñez para tener heridas. Basta que hayan existido roces reiterativos en la relación con tus padres, expectativas no cumplidas, o que hayas percibido que tu sensibilidad no era contenida como necesitabas para haber detonado sensaciones intensas que se grabaron en tu memoria emocional.
Y da lo mismo si recuerdas o no las escenas o momentos semilla donde todo esto surgió, ya que los recuerdos pueden haber quedado guardados en tu mente inconsciente, donde se encuentran presentes aunque parezcan olvidados.
Vivencias que podrían parecer normales, corrientes o típicas de cualquier familia, te pudieron afectar y programar hasta el presente. Esto te determina marcando tu forma de percibir la realidad y también haciéndote conectar con sucesos y personas que has elegido en piloto automático, que te muestran la información de tu herida, permitiéndote observarla para así trabajarla.
Antes de entrar en tierra derecha con el contenido de este libro, me gustaría contar un poco sobre mi historia. No lo haré solo para que me conozcas, sino principalmente porque experimenté en carne propia la trascendencia de mis heridas emocionales. Este suceso trajo un giro en 180 grados a mi existencia. Estoy convencida que en muchas ocasiones, las experiencias conllevan una sabiduría más rica que la sola teoría. Aunque también (por supuesto) habrá de esta última, para que entiendas en profundidad la argumentación y la mecánica que opera tras cada una de las heridas de infancia.
Empezaré contándote cómo luego de muchos años de búsqueda e intentos infructíferos que no hacían más que decepcionarme, finalmente logré manifestar esa vida que siempre deseé: tener una relación de pareja satisfactoria y estable, armar una familia feliz, desempeñarme con éxito en lo que siempre fue mi misión y vincular plenamente con la abundancia.
Siendo sincera, mi deseo por bastante tiempo no se cumplió. Es más, por años sentí que estaba manifestando justamente lo contrario a todo lo que anhelaba. Busqué y busqué cambiar esta situación adentrándome en todas las terapias, teorías y doctrinas espirituales que puedas imaginar. Hasta que en un momento dado y sin darme cuenta, logré sortear del obstáculo que no me permitía alcanzar la vida de mis sueños. Lo más increíble es que yo no había sido capaz de ver ese obstáculo en 33 años.
Quiero decirte que el instante exacto en que se empezaron a manifestar mis anhelos no fue casualidad ni respondió a algo que yo hubiese hecho de manera voluntaria, sino que se desencadenó naturalmente luego que cumplí esta suerte de condición liberadora, sin siquiera darme cuenta de ello.