Esta, según mi parecer, es una de las heridas más clásicas y frecuentes en los seres humanos, y por lo mismo la más conocida. Normalmente se genera con el padre del sexo opuesto: si eres mujer con tu padre, si eres hombre con tu madre.
Considera que pueden existir madres con energía predominantemente masculina y padres con energía predominantemente femenina y su rol cambia. En esos casos es posible que se inviertan los papeles.
Para aclarar qué ocurrió con tu situación particular, ten en cuenta lo siguiente: las madres son nuestro principal vínculo con el mundo de las emociones. Es decir, se relacionan con nosotros primeramente desde lo afectivo. En su estado ideal el vínculo materno debe ser de contención, empatía y cuidado. Los padres, en cambio, desde la energía que los caracteriza, tienen más que ver con el hacer: nos empujan hacia el logro, nos impulsan al juego cuando somos pequeños y a las metas cuando estamos un poco más grandes, siendo generalmente nuestro puente a la acción y la obtención de metas, ayudándonos a sentir autorealización y sensación de “yo soy capaz”.
Observa quién cumplió cada rol en tu niñez y así podrás saber a través de cual de tus figuras puedes haber experimentado esta herida. ¿Quién cumplía el papel de recibir tus emociones?, ¿quién estaba al mando de empujarte a hacer? Sin embargo, si hubo abandono te costará responder inmediatamente a estas preguntas pues sentirás que nadie cumplió uno o ambos roles, o que la tarea fue hecha a medias.
Si eres mujer y no conociste a tu padre, esta ausencia de por sí dejará huellas en ti. En muchas ocasiones en estos casos entra otra figura a tomar este rol: la pareja de tu mamá, un abuelo, tío, hermano mayor, etc. Aquí la situación es un poco más compleja pues necesitas considerarlos a ambos: el padre que no estuvo y también el que lo vino a sustituir. Ambas personas son parte de tu historia y dejaron información en ti. La llegada de uno no hace desaparecer la energía que dejó la ausencia del otro.
De esta forma puede ocurrir que por más que hayas tenido un excelente padrastro, las memorias con tu padre biológico también se sumen a esta ecuación y te determinen con secuelas de abandono emocional. Probablemente no lo hayas considerado así hasta ahora, pues nuestra mente consciente con la lógica que la caracteriza tiende a negar que alguien que no estuvo haya tenido influencia en nuestra vida. Sin embargo, de niños sentimos absolutamente todo y estamos conectados a un inconsciente familiar donde queda grabada toda la información de abandonos, desengaños, muertes, pérdidas y carencias por más que en el plano de la consciencia ni siquiera sepamos quién fue nuestro padre.
Considera que la herida de abandono al igual que todas las demás no se remite únicamente al abandono objetivo y evidente sino que tiene un gran componente simbólico y también subjetivo. Es posible que tu progenitor haya estado físicamente presente en tu día a día, quizás incluso pudo permanecer todo el día en casa compartiendo espacio físico contigo. Pero, a pesar de esto, puede que hayas sentido como si fuera lo mismo que si no estuviera, debido a su distancia emocional o desconexión respecto de ti y el entorno.
Piensa si en tu infancia o adolescencia tenías sensaciones que indicaban que no contabas del todo con este progenitor: ¿tenías plena certeza de que si algo malo te pasara vendría inmediatamente en tu ayuda?, ¿si necesitabas que alguien te acompañara a algún lugar, se te venía él/ella a la cabeza de manera automática?, ¿pensabas que tenías un respaldo a prueba de todo? Si por el contrario, en los casos en que necesitaste ayuda, esperabas la presencia o la mano de otras personas por sobre la de este padre, tienes una clara señal de abandono emocional.
Para los niños en general, un padre ideal en la infancia debe ser representado internamente como un salvador. Algo así como un superhéroe que se sabe llegará a ayudarnos y nos rescatará del peligro donde sea y como sea. Como ya dije, en las mujeres suele esperarse esto de su figura paterna. En los hombres, la misma sensación de abandono suele originarse a raíz de la distancia emocional de su madre.
Quiero ser enfática en mencionar que esa ausencia no siempre es física sino antes que todo emocional, por eso la herida suele generarse cuando sentimos que esa persona nos faltó o estuvo al debe en su rol. Esto lo recalco porque por lo general los pacientes antes de iniciar terapia me dicen “siento un vacío enorme pero no puedo tener herida de abandono si mis papás estuvieron siempre conmigo”. Aquí volvemos al tema de cómo nuestra consciencia fácilmente puede tergiversarlo todo y engañarnos. He ahí la necesidad de hacer indagaciones terapéuticas profundas donde aparezca la verdad de nuestra emoción experimentada durante nuestra infancia, y no la racionalización o justificación consciente que hacemos en la adultez respecto de la conducta de nuestro padre/madre.
Hay padres que efectivamente se fueron ido del hogar ya sea por un divorcio o porque desaparecieron de la vida de sus hijos abandonándolos de manera física. Otros fallecieron cuando sus hijos eran pequeños. En casos así, es obvia la generación de la herida de abandono, pues la ausencia es concreta (en caso de divorcio, dependerá de cómo ese padre o madre se siga vinculando con sus hijos y de cómo estos sientan la calidad de dicha conexión).
Cuando el abandono es simbólico me gusta hablar de padres “no disponibles emocionalmente”. Son aquellos que parecen estar y no estar a la vez, como si tuvieran una coraza alrededor: “metidos en su mundo”, “idos”, desprendidos de su entorno. Igual que si fueran un adorno más del amoblado o tan solo un cuerpo ocupando un espacio físico.
Suelen ser personas con heridas de rechazo y por ende evitativos que huyen consciente o inconscientemente de vincularse en profundidad incluso con sus seres queridos aunque estos sean sus propios hijos. Puede ser también que no se sientan cómodos atendiendo las necesidades del resto, que no sepan vincular sanamente por sus propias heridas de infancia o que simplemente nunca hayan querido tener hijos. Los motivos de su desconexión pueden ser muy diversos. A veces existen padres con trastornos o rasgos narcisistas, que si bien se relacionan con un otro, lo hacen buscando ser ellos el centro de atención e imponiendo sus propias necesidades por sobre las de un otro.
La actitud de aislamiento y desconexión hace sentir al hijo que este padre no se encuentra disponible, que cuesta acceder a él, que no cuenta con su presencia, apoyo ni respaldo incondicional, es una sensación de que algo falta. En caso de necesitar protección saben de antemano que de parte de él no la tendrán como quisieran tenerla, lo que se experimenta como un gran vacío y sensación de estar desvalido frente al mundo.
Varias veces he escuchado a pacientes decir “mi papá era como un hijo más en casa, no parecía un adulto resolutivo de los problemas ni protector”, “parecía que no existía”, “era un eterno necesitado”, “solo había que atenderlo a él”, “no podía ayudar a nadie pero vivía pidiendo ser ayudado”, “sabía que no contaba con él”, “no sentía que me iba a proteger si algo me pasaba”, “tenía que salvarme sola”, “mis amigos eran más apoyo”, “cuando tuve mi primer novio le exigí a él prácticamente una labor de padre: que me fuera a buscar a todos lados, me pagara cosas que yo no podía, anduviese preocupado 24/7 de mi, igual como si fuera un padre”. Este tipo de juicio generalmente se puede hacer cuando uno es adolescente ya que en la primera infancia difícilmente un niño tendrá un criterio desarrollado para hacer un análisis de este tipo y tan solo sentirá un vacío flotante y angustioso.
Otros no tienen recuerdos claros con el progenitor con el cual se les formó esta herida. Cuando los llevo en regresión a su infancia, esta figura no aparece en momentos importantes de su niñez o adolescencia. Este fenómeno se debe a que cuando un padre estuvo ausente emocionalmente, no es registrado con fuerza su recuerdo. Es como si lo recordáramos con menos intensidad. Luego creemos que esa especie de “olvido” o falta de recuerdos se debe simplemente a la mala memoria. Sin embargo, la “mala memoria selectiva” no surge al azar, sino que responde a un motivo: recordamos los sucesos que han sido significativos emocionalmente para nosotros, esos que nos conmovieron y nos llevaron a prestar una gran atención y a poner el foco en ellos mientras los vivíamos. Es precisamente por eso que quedan almacenados.
Si hubo un vínculo poco significativo desde lo emocional, lo más normal y esperable es tener recuerdos vagos o a veces inexistentes con ese padre. Puede que solo recuerdes que se mantenía al margen y no vinculaba del todo. Esta es para mi una de las grandes señales de que existe una herida de abandono cuando en una primera sesión hago una indagación profunda en el inconsciente de mis pacientes.
Cuando creces percibiendo la desconexión emocional con tu padre o madre te acostumbras a vivir el resto de tus días con la sensación de que algo te falta, llevándolo mucho más allá de tu infancia. Sientes incompletud, experimentas vacíos existenciales muy profundos, a veces un letargo generalizado. Una especie de aburrimiento acompañado de tristeza y nostalgia que además te vuelven una persona carente de estructura o con dificultad para disciplinarse y cumplir con sus metas y tareas de manera metódica.
Fragmento del Libro: “Sana tus Heridas de Infancia: La reparación que te debes”
Autora: Karla Quirogaa